Como pesa el alma cuando la melancolía
Se posa funesta sobre ella,
Tan frágil como tierna mariposa
De alas hirvientes de cóleras guarnecidas.
El cansancio se apodera de cada una de mis fibras,
Cada partícula de mi ser rezonga,
Tediosa, soporífera…
Contra el desvergonzado destino
Que se abalanza a pasos agigantados sobre éste:
Mi cuerpo fracturado con actitud desgastada.
Mostrando por entre sus venas hinchadas
Las cicatrices que el pasado dibujó.
Protesto entre dientes,
Mordiéndome las alas a destajo,
Injuriando al tiempo, al segundo mezquino que no deja de correr.
Entonces me detengo, opacando al implacable reloj
–Aparato come almas–
Rasguñando el minuto traidor,
Que se cuela entre los dedos y se esconde en el espiral vacío
–Portal efímero al infierno–
Desdoblándome, casi imperceptiblemente
Para viajar a los confines del espacio,
Flotando entre humaredas siniestras
De colores grises iracundos.
Iracundo, como el sentimiento que me come el pecho,
Que oprime con prepotencia al deseo de libertad.
Inmaculada sea la idea perenne de mis ganas mal hechas
Y el deseo fortuito de un color diferente.
Patología mecánica en el peso del inconsciente,
Apesadumbrada en el acto del verso,
O de mi verborrea creciente.
Mis raíces se petrifican, se queman en el olvido,
Camuflándose entre el aliento pulcro de la tierra.
Me disemino, me evaporo dispersa
Entre los caminos inciertos del existir.
Entonces ya no existen cadenas, ni cuerpo,
Ni ataduras, ni reflejo.
Es cuando el –aparato come almas–
Detiene su vibrante eco, se rinde abatido
Y se va como yo, lentamente,
Eclipsando, así como callando,
Simplemente callando.